LA GRIETA Nro 8

MAYO 2013

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LA JUSTICIA SIN CORONITA


Se ha dicho que la justicia es el poder menos democrático de todos. No sólo porque está compuesto por una cohorte ilustrada, sino porque ha sido el poder que menos cambios ha recibido tras el retorno de la democracia luego de la última dictadura cívico-militar. No solo el plantel es el mismo, también las prácticas que la componen. Pasan los gobiernos, se renuevan los legisladores, pero los jueces son siempre los mismos jueces. Se sabe: los jueces son inamovibles, están hasta que la muerte se los lleve. Pero como dice el refrán: “muerto el rey, viva el rey!” Siempre habrá un pariente que se haga cargo de los despachos pendientes. La justicia es mucho más que una corporación, es una gran familia, la cosa nostra. Un poder compuesto por una minoría que se autoperpetúa a través del nepotismo, los privilegios aristocráticos y una jerga exclusiva que manipula con arrogancia, socarronería, vanidad, cinismo y patoterismo.
El poder judicial es una postal de la historia argentina, nos habla de las derrotas y los desafíos pendientes. Una justicia clasista y racista a la vez, donde sólo caben los ricos y los blancos. Donde los blancos se ensañan con los negros y donde se cuida la propiedad de los ricos y sus negocios ilegales. No hay crímenes complejos sin burocracia y pereza judicial. Pero la burocracia, esa gran maquinaria de “convalidar letras y firmas”, es la gran excusa para no perseguir el delito de cuello blanco.
Después de tanto neoliberalismo, tanta desigualdad social, empecinarse en sostener el cuentito de que “todos los ciudadanos somos iguales ante la ley” parece una broma pesada, una manera de perpetuar las injusticias sociales. La desigualdad real tiene que ser el punto de partida para pensar una justicia democrática. En una sociedad con una estructura social desigual, la justicia tiene que sobreproteger a los sectores desaventajados.
Una apuesta difícil, llena de contradicciones, riesgos y tentaciones demagógicas. Más aún cuando el debate se produce más acá de una reforma constitucional; cuando muchos de los protagonistas tienen el culo sucio y, sobre todo, cuando muchos funcionarios judiciales, rápidos de reflejos, corren para donde sopla el viento.
La pregunta por la justicia es una pregunta que va más allá de las reformas. Pero los proyectos presentados por la Presidenta movieron finalmente el avispero. Poner en crisis esta justicia elitista, clasista, racista y misógina, requiere de un debate profundo, pero necesita además tiempos largos que hay que saber militar sin bajar la guardia. Mientras tanto seguiremos diciendo que “no hay maldita policía sin maldito poder judicial”, y la justicia seguirá siendo aquello que se diferencia y distancia de la democracia nacional y popular.